sábado, 24 de octubre de 2015

Caramelo de limón

Ando a la mía cuando me cuenta el Jose, a 6000 kilómetros de aquí, que murió Gloria de Vainica Doble. Y empiezan a surgir canciones desde ambos lados del charco.

Eran parte de la mezcla brutal y salvaje que componía la banda sonora de mi infancia. La primera memoria de ellas fue televisiva: hacían sintonías muy psicodélicas de series como "Las doce caras de Eva".



También eran las que cantaban eso de tres eran tres y ninguna era buena.



Esta me quiere sonar de otra de esas series de televisión de mi infancia, pero no la ubico.



(Pero en todas partes recuerdan la sintonía musicalmente más normalita, la de "Con las manos en la masa".)

Ahí seguían, en la banda sonora de mi juventud. Tuvieron su Sliver, su Ob-la-di Ob-la-da: la canción a la que cojo manía, como también pasa con mis músicos favoritos. Y sin embargo, seguían construyendo discretamente una colección de canciones tan patrimonio nacional como las Meninas de Velázquez o la catedral de Burgos, y no exagero.

Esta, por ejemplo.



O estas que vienen, del mismo disco: una de las que me recordó el Jose, donde ellas querían desgarrar la guitarra con los dientes como hacía Jimi Hendrix...



...esta, también de las del Jose, la que da título al disco, con letra, una letra con esas rimas, diminutivos y onomatopeyas que sólo podrían haber escrito ellas...



...o esta, de la que me acabo de acordar, pero que probablemente le haga gracia al Jose.



O este homenaje al Madrid de la movida: la misma movida que las empezó a reivindicar.



Y en eso que pasan los 80, graban un absurdo disco con colaboradores como el del corazón partío que he encontrado en mi aguagym brasileño, hablando de mezclas brutales y salvajes; luego les graba un disco una de las compañías indies más indies del país, que resulta ser disco póstumo pues muere Carmen antes de publicarse. Pero yo me quedo con los temas de mi juventud, y los de mi infancia, de cuando eran indies antes que el indie y twee antes que el twee, y sin ir absolutamente de nada.

Y resulta que, según cuentan los hijos de Gloria, se conocieron en una parada de autobús: Carmen silbaba Tannhäuser, nada menos, y Gloria, ni corta ni perezosa, se puso a silbar una armonía, nada menos.

Para acabar, varias de las de mi infancia, cuando se me quedaron grabadas en el inconsciente las silbadoras de Wagner con nombre de punto de costura.








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