martes, 23 de febrero de 2010

Susie, Louie y los derechos de morramen, esto, autor.

Acabo de encontrarme con la necrológica de Dale Hawkins.

Esto... ¿mandeeeee?

A Dale Hawkins, cantante y guitarrista de rockabilly, no le conoce ni la madre que le parió, pero lo que parió él mismo ha sido una de las canciones americanas más famosas de todos los tiempos: no por su propia versión,



sino por las miles de versiones que vinieron después, desde la popular popularísima de la Creedence hasta la curiosidad a cappella de Bobby McFerrin.



La canción en sí no es que sea precisamente de las cien canciones favoritas de la historia de mi vida, pero lo que me ha chocado es el subtítulo de la necrológica: "El autor no ganó nada con ella".

Qué familiar.

Casos similares, haberlos, húbolos. Como el de la siguiente canción, que "sí" podría estar en la lista de las cien canciones favoritas de la historia de mi vida, además de en la de las diez (¿tres?) canciones más influyentes, y versioneadas, de la historia del rocanrol.



Un buen día, un tal Richard Berry oye un chachachá, y tan impactado queda...



... que le da por escribir (se dice que en una servilleta de papel) la canción de marras, una especie de refrito de las dos canciones del video anterior (el chachachá y una de Chuck Berry sobre la luna de La Habana). En 1955 sale el disco con la canción de marras como cara B. La cual cara B, como ha pasado otras veces, resulta ser el hit del disco y pasa a cara A.

Pero ocurre que Richard Berry es de color (negro) y en la época, con la excepción del cabezón de Chuck Berry aquí presente (y todavía vivo y coleando; el único concierto que dio en la España peninsular en 2007 tuvo lugar... ¡en Burgos!), lo que ahora llaman "crossover" es mayoritariamente cosa de blancos como Elvis. Si eres negro, no te queda otra que quedarte en tu nicho R&B con un público no particularmente pudiente (recuerden: entonces hubo apartheid en los Estados Unidos: la hazaña de Rosa Parks, que se negó a ceder su asiento en un autobús a un blanco, ocurrió en diciembre del 55), y si te quieres comer un colín, no queda otra que vender tu copyright. Cosa que hizo Richard Berry por cuatro perras para costearse su boda, en 1959.

(El caso de Dale Hawkins: "Susie Q" se pincha en la radio al precio de la pérdida de royalties por parte del autor. Los blancos como Hawkins tampoco es que quedaran protegidos frente a la jauría del bisnis musical.)

O sea: que los autores quedan compuestos y sin derechos de autor, y las canciones se hacen de platino. En el caso de Richard Berry, la canción se la apropian (musicalmente) grupos de chavales (blancos) de los estados de Oregón y Washington, incluidos los Sonics, que se curraban salas como el Spanish Castle cerca de Seattle (inmortalizada en una canción del tipo cuyo careto sustituye al mío); pero la versión clásica (y polémica: las condiciones ínfimas de la grabación traen como consecuencia un deterioro de la inteligibilidad de la letra tal que se llegó a prohibir la canción por a saber qué guarrindongadas estarían diciendo) corre a cargo de los oregonianos Kingsmen.

Aquí la obscenísima letra. Achtung, Achtung: porno duro, no apto para menores de noventa años.



Y el resto es historia, incluida la propuesta de hacer de ella el himno del estado de Washington, y la versión española de turno, cortesía de los Elegantes.



Para que luego digan de los "derechos de autor". Resulta que no tienen por qué ser exactamente los autores los que cobran derechos de autor: ¿no tenía Michael Jackson los derechos de autor de los Beatles? ¿o será que el niño prodigio fue tan prodigio que compuso "Yesterday" y tuvo que ceder sus derechos de autor a Paul McCartney como Dale Hawkins a los pinchadiscos que firmaron pero no compusieron "Susie Q"?

Y mientras tanto, a saber qué carajo sacó el del chachachá (el compositor cubano René Touzet, cuya esposa fue más conocida en España: la cantante Olga Guillot) por una canción cuyo riff es idéntico al motivo del tema que compuso. Touzet debería estar en los créditos y recibir royalties.

En fin.


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